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Entorno del jugador

Los padres, por lo que son y por lo que representan para niños, adolescentes y jóvenes, deben ser “cómplices” de la “aventura” deportiva de sus hijos y cooperar de manera equilibrada en la misma. Deben entender que la práctica deportiva es importante en la formación integral pero no lo único. Tienen que ser consciente de los beneficios pero también de los posibles perjuicios que prácticas mal orientadas o pervertidas en sus objetivos pueden originar en los chicos y chicas de estas edades. Los legítimos sueños y aspiraciones deportivas de los hijos no pueden convertirse en “pesadillas” de fin de semana.

Tienen que animar, motivar e ilusionar. Facilitarles el acceso y las oportunidades. Apoyarles, mostrar comprensión, y también el debido entusiasmo por los logros que consigan. De la misma forma tienen que lograr que el deporte se integre de la forma más adecuada en el resto de actividades de sus hijos y conciliar con  familia, estudios,  tiempo de ocio y  amigos. Y esto no es fácil, porque educar niños y niñas no es tarea fácil, y como bien dice Marina “se necesita toda una tribu”.

Los padres quieren que la actividad de sus hijos sea placentera, que se diviertan, pero además quieren que la actividad aporte vivencias positivas que favorezcan su desarrollo como personas y colaboren en la prevención de conductas “no deseadas”.

Los problemas aparecen cuando se exige a los hijos por e encima de sus posibilidades, se fijan metas muy altas o priman los resultados por encima de todo. Por el contrario, tampoco es bueno ser demasiado proteccionistas y ser siempre ”compresivos” ante la falta de compromiso, esfuerzo y sacrificio.

Son muchas las situaciones que surgen a lo largo de una temporada y que suelen ser motivo de discrepancias con los hijos, entrenadores e incluso entre los padres de un mismo equipo. Las relaciones con el entrenador y los compañeros; los que más juegan y los que juegan poco o nada; los resultados; las críticas; etc.

Es muy importante que los padres sepan cual es su rol y ejercerlo de forma efectiva.

Los padres no son entrenadores. Los chicos y chicas ya tienen el suyo. Cuando los padres se meten a entrenadores corremos el riesgo de tener “ más de un entrenador en el equipo” pero que “algún jugador se quede sin padre o madre”. La practica deportiva de los niños, adolescentes y jóvenes debe de ser un proyecto educativo compartido entre padres y entrenadores, teniendo objetivos comunes y compartiendo estrategias. Deben colaborar juntos para evitar los problemas, o para resolverlos cuando surjan.

El deporte es una actividad fundamental para educar, pero sobre todo es un derecho que todo niño y niña deben poder ejercer de la forma más adecuada sin que las malas prácticas, comportamientos y actitudes de los adultos implicados lo impidamos.

Está demostrado que cuando los chicos y chicas disfrutan y están motivados consiguen desarrollar al máximo su potencial como seres humanos. Son más felices. De hecho es una de las razones por la que los progenitores quieren, apoyan y facilitan al máximo las actividades deportivas de sus hijos.

Padres y entrenadores tenemos que hacer para que sea así y siempre sea así.

 

Por Akademos

 

Apoyar, aconsejar, orientar…a los hijos es fundamental en los padres de un deportista. Para el deporte y para la vida.

 

El balonmano, debería ser lo menos importante de las cosas que verdaderamente nos importan; y lo más importante de la cosas que no importan.

 

Son muchos los factores que influyen en la formación de un jugador. Desde su potencial genético como base del talento deportivo, su entrenabilidad o la influencia del entono. Todos tienen un gran peso específico a la hora de desarrollar al máximo sus posibilidades, pues todos influyen muy significativamente en su personalidad , su educación deportiva y su preparación técnico-táctica.

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La presencia de tantas variables, su dinamismo y la cantidad de estímulos externos a los que se exponen los chicos y chicas requiere por parte de los que intervenimos en su formación un gran esfuerzo: exige “profesionalización”, por parte de todos los agentes implicados, incluido los padres.

Precisamente queremos hoy hablar del llamado “entorno cercano” del jugador. El contexto donde día a día cultiva su afición deportiva y desarrolla su talento. Un talento, que espera ser “descubierto” y puesto en valor, y que muchas veces, queda oculto o ensombrecido por causas que frustran, desmotivan y alejan a niños y niñas de lo que un día fue su pasión.

La atracción  natural de un niño o niña hacia el juego se produce prácticamente desde que nacen. Su interés: divertirse, disfrutar, pasarlo bien. Más tarde, la necesidad de mejorar, superarse o enfrentarse a otros añade la competición como nuevo catalizador de aproximación hacia las actividades deportivas.

Progresivamente se plantea una diferenciación entre los que la práctica deportiva es un elemento más de la educación y formación como personas, y aquellos, que impulsados por sus potencialidades  priorizan la mejora del rendimiento y su exhibición en la competición deportiva.

Los jóvenes que optan por dedicar una gran cantidad de tiempo a la mejora de sus capacidades con la finalidad de llegar algún día a la elite no lo hacen “solos”. Alrededor de ellos coexisten una series de factores que facilitan su evolución, o por el contrario, perturban su desarrollo en su tránsito de posible talento deportivo a deportista experto o de elite.

El volumen de entrenamiento, el tiempo de juego, la calidad de las tareas, el tipo de competición, la motivación, etc. serán factores determinantes.

De la misma forma  influirán en su evolución  todos aquellos agentes que conforman el contexto  habitual donde realiza su actividad:  los compañeros, la relación con el entrenador, las características del club, el centro escolar, los amigos, y por supuesto, los padres. Nos vamos a detener en ellos.

Dentro del entorno más próximo al joven jugador los padres pueden ser agentes muy beneficiosos o también muy perjudiciales. La mayoría ayudan a sus hijos, les animan, les llevan a entrenamientos y partidos, se integran en el club, favoreciendo de forma activa la construcción  del jugador. Pero también -otras muchas veces- someten a una presión desmesurada a los hijos. Por un a lado tiende a exagerar potencialidades y crear expectativas. Por otra parte desean revivir en sus hijos éxitos pasados o recuperar oportunidades perdidas. La idea de un hijo “campeón” se convierte en obsesión.

Esto puede tener consecuencias negativas en forma de  actitudes y comportamientos nocivos para el educando, presididos por una búsqueda de resultados prematura, ganar a cualquier precio o la reprobación en caso de no responder  a ”sueños” frustrados.