Siempre he creído que en el deporte hay tres elementos fundamentales: aptitudes, actitudes y oportunidades.
Las aptitudes comprenden todas las competencias y habilidades que tienen los deportistas y que son mejorables por el entrenamiento. En el caso de los deportes de equipo, nos referimos a todas las capacidades y cualidades que tiene cada jugador como individuo y también a las que consigue el grupo, fruto de las sinergias del trabajo en equipo. Incluye todo el saber y el saber hacer individual y colectivo. Es el “poder” o “empoderamiento”.
La actitud tiene más que ver con la voluntad, el “querer” hacer. Una buena predisposición a jugar aumenta de forma muy significativa la concentración, la atención, la ambición y la motivación para conseguir los objetivos perseguidos. Es verse por adelantado haciendo las cosas con todas las fuerzas y sin ahorrar ningún esfuerzo. Depende de cada uno y, por tanto, se puede elegir.
La oportunidad surge en el transcurso de la competición. Puede tener un componente aleatorio pero también puede crearse. Uno puede estar esperando a que algo pase o por el contrario provocar que pase. La mayoría de las veces, unas buenas habilidades y la mejor de las predisposiciones para utilizarlas nos permiten estar preparados cuando surgen las oportunidades y, entonces, poder aprovecharlas.
De los tres factores mencionados, el más decisivo, desde mi punto de vista, es la actitud. Elegir y tener una buena actitud. Todos tenemos una buena actitud cuando las cosas van bien, cuando ganamos partidos, cuando somos los protagonistas y todo nos sonríe. Sin embargo: ¿Cuál es nuestra actitud cuando nuestro equipo va perdiendo, cuando los árbitros nos defraudan, los compañeros no lo hacen bien y fallan, o cuando el entrenador nos increpa o jugamos contra un rival al que consideramos de “antemano” inferior?
La actitud se puede elegir. Hay quienes optan por una actitud de compromiso, de entrega, de sacrificio, logrando sumar de forma exponencial las aptitudes de cada uno de los integrantes de su equipo para multiplicar las habilidades individuales y colectivas. Sin embargo, otros pueden confiar plenamente en sus capacidades, en su “poder”, y elegir una actitud cumplidora, relajada, confiada que puede mermar mucho el posible potencial del talento de una persona o un grupo.
Un equipo necesita el 100% de cada uno de sus integrantes. No se puede jugar al 40 %, al 50% o al 60%. Nunca se debe permitir que un jugador deje el 40 % de su talento, de sus ganas o de sus fuerzas en el vestuario o regule su actitud en función del adversario. De nada sirve ser el mejor o tener buenas competencias en cualquier tarea si no tienes toda la voluntad y la motivación por utilizarlas. Para poder primero hay que querer.
En un equipo de balonmano, la actitud también es colectiva. Al igual que existe sincronía y sinergias cuando hablamos de capacidades, también existen cuando hablamos del “querer”. En un equipo hay que conseguir que 1+1 siempre sea más que dos. Es decir, que la suma sea mayor que las partes. Pero a veces ocurre lo contrario, que la suma sea menor, que 1+1 sea incluso menos que dos. La actitud colectiva es una actitud compartida que influirá en los resultados de todo un equipo. Es más, una buena o mala actitud nos mostrará la tendencia del colectivo al éxito a al fracaso, por lo que también tiene un valor predictivo.
Y es que la actitud puede ser negativa, y en vez de sumar esfuerzos se restan voluntades siendo esto la antesala de los fracasos colectivos.
Siempre se lo digo a mis alumnos y a mis jugadores: cuando el talento se iguala y cuando los recursos técnicos, tácticos, estratégicos son parecidos, consigue sus objetivos quienes más ahínco pone en conseguirlos.
Cuando surja la oportunidad , una buena actitud no la dejara escapar, y aunque nuestras capacidades no sean las mejores, nuestra predisposición y nuestra voluntad nos pueden ayudar a conseguir nuestros fines y metas.
Por Akademos